Uno de los temas más delicados de tratar hoy en día es, sin duda, el de la muerte y el proceso de duelo. Obviamente, ambos conceptos nos inspiran un considerable respeto, pero también es cierto que ha sido nuestra propia sociedad la que ha hecho que nos resulten difíciles de tratar, ya que, a fuerza de irlos evitando, han quedado como tema tabú. Aún así, es importante tener unos conocimientos básicos y reflexionar sobre el tema, tanto para cuando a todos nos llegue el último momento como para poder acompañar a aquellos que amamos en unos momentos tan dolorosos.
Desde el momento en que a un enfermo se le diagnostica una enfermedad en estado avanzado, este ingresa a la unidad de cuidados paliativos. Estas unidades consisten en unas secciones de los hospitales donde los enfermos reciben tratamiento tanto fisiológico para sus enfermedades (quimioterapia, radioterapia, etc.), como apoyo psicológico. Naturalmente, no se trata de una zona para enfermos terminales, ya que el paciente alterna su estancia en la unidad de cuidados paliativos con otros periodos estando en su casa, haciendo una vida tan normal como le permitan sus circunstancias.
Paralelamente, el psicólogo que forma parte del equipo de paliativos ofrece también ayuda psicológica a los familiares, tanto de acompañamiento en la enfermedad y aceptación de la muerte próxima como en el posterior proceso de duelo que tendrá lugar. En estas sesiones de apoyo psicológico, lo que se trabaja con los familiares es precisamente la aceptación de la situación, así como también se intenta facilitar la expresión de las emociones y se pone mucho énfasis en el hecho de que no hay que evitar hablar de la enfermedad con la persona afectada si esta lo desea, ya que el hecho de dialogar con alguien que le escuche, le entienda y comparta con él sus emociones le puede hacer mucho bien, ayudándole a afrontar sus últimos momentos. Naturalmente, también es muy importante no engañar al enfermo respecto a su estado. Es muy frecuente que el enfermo haga preguntas sobre cuanto tiempo le queda de vida, o, sencillamente, nos pregunte si se está muriendo. En estos casos, lo más recomendable es decirle la verdad, sobretodo si se trata de sus últimos días, ya que él más que nadie tiene derecho a saber cual es su situación actual, por si considera conveniente decir o hacer algo antes de la muerte. Ciertamente, el hecho de saber que la persona se está muriendo y tener que admitirlo delante de ella es un momento terriblemente doloroso, por eso es altamente recomendable que, tanto el enfermo como el familiar que le acompañe, puedan tener un punto de apoyo psicológico importante que les permita expresar lo que sienten con toda tranquilidad y, si es necesario, que puedan llorar con toda libertad. Hay que tener en cuenta que, para el paciente, tener alguien al lado que le escucha, llora con él y le acompaña le será de gran ayuda.
Durante la enfermedad del paciente, la familia y las personas más allegadas inician la preparación para el proceso de duelo que tendrá lugar al fallecer la persona. Hay que tener en cuenta que este proceso y su duración dependen de muchos factores, como la edad de la persona que pasa el proceso de duelo, el tipo de relación que tuviéramos con la persona desaparecida o las circunstancias en que ha tenido lugar la muerte. No es lo mismo el duelo por la muerte de una persona a la que hemos acompañado en su enfermedad, que por la muerte de una persona que ha sufrido un accidente, por ejemplo. Aún así, el proceso de duelo se compone de cuatro fases básicas:
En la primera fase, la persona sufre una situación de shock, que le hace estar totalmente bloqueada emocionalmente. Es un momento de gran desorientación, que ayuda al familiar del difunto a afrontar tareas como la preparación del funeral. En estos momentos, el hecho de que los familiares y los que elaboran el duelo puedan despedirse de la persona amada viendo el cuerpo o asistiendo al funeral es altamente recomendable para una buena elaboración y aceptación del duelo.
Después del bloqueo emocional de los primeros momentos, tiene lugar una fase de gran excitación. En esta etapa del duelo, la persona afectada experimentará un gran número de emociones y sentimientos contradictorios, que le harán vivir momentos particularmente duros. Algunos de los sentimientos más comunes son el de rabia, tanto hacia los médicos que no han podido evitar la muerte como hacia los familiares que no apoyan a quien está viviendo el duelo, y hasta hacia la persona que ya no está, por haberse ido. El sentimiento de culpa también suele aparecer, produciendo a la persona grandes momentos de angustia con la idea de que, si hubiera actuado de otra manera, quizá habría podido retrasar o evitar la muerte de quien ya no está. En estos casos, es muy importante tener alguien al lado que pueda recordarle que el hecho de controlar la muerte no está al alcance de nadie, y que es inevitable que a todos nos pase lo mismo alguna vez.
Después de esta fase de excitación, la persona entra en una etapa en la que se alternan periodos de gran nerviosismo y momentos de profundo decaimiento. A medida que esta etapa avance, los momentos de decaimiento se harán cada vez más largos, y se manifestará la necesidad de hablar con alguien sobre el difunto. Es un momento en que, los que acompañan a quien elabora el duelo deberán tener mucha paciencia, ya que a menudo los temas de conversación son muy repetitivos, recordando varias veces algunos momentos de la vida de la persona amada. Es muy importante un buen acompañamiento y una buena atención al que vive el duelo en esta etapa, ya que si no es así, la depresión puede ser extremadamente grave, y convertirse en un proceso de duelo complicado, conocido también como duelo patológico.
Finalmente, después de la etapa de decaimiento, la persona empieza a aceptar la pérdida y, poco a poco, a reincorporarse a la vida cotidiana. De todos modos, a pesar de la aceptación de la muerte, siempre queda en el interior el recuerdo de la persona desaparecida, y en varios momentos de la vida se vivirán momentos que nos recordarán que esta persona ya no está. Los aniversarios, tanto de boda como de defunción, son momentos particularmente dolorosos en los que es muy recomendable que los familiares más próximos al difunto estén acompañados por alguien que les pueda ofrecer un buen apoyo psicológico.
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